Yo lo llamaría “el pintor tranquilo”. Lo último que sé de él es que, yendo estos días nevados a Madrid a una exposición que tiene por allí itinerante, subió en su Chrysler de los años 70 todo el sinuoso Alto de los Leones del que todo el mundo huye, despreciando el túnel del Guadarrama, para sentir el placer de la naturaleza nívea. Él va a su ritmo aunque todos tengan prisa y, sin embargo, no deja de exponer ni de vender. Por alguna razón, las salas institucionales le abren las puertas de par en par, sobre todo de las diputaciones. Hablo del vigués de adopción Diego de Giráldez, un tipo singular del que ya dije una vez que tiene por alimento muy habitual y preciado las latas de conservas, y no por ahorro sino porque le placen. Tiene, además, otra manía: los coches de época. Que yo sepa, tiene dos Mercedes de los años 60, dos Chrysler de los 70, un 1430 y dos 124 (uno con motor 1430 y otro 1200). Sus coches son como su casa, llena de antigüedades, o su museo en A Cañiza, un antiguo cuartel de 4 plantas de la Guardia Civil. Lo de su casa (no su estudio,que tiene aparte), no tiene desperdicio. Su habitación tiene una cama con dosel y rodeada de objetos inesperados, desde un tocadiscos Dual Bettor de los años 60 a una báscula de museo. Es un tío raro, pero no tiene un pelo de loco y es siempre cordial, de buen humor. Debe ser porque hace lo que quiere. Y, como no para de exponer, ahora le toca París.
FARO DE VIGO
Sábado, 11 de marzo de 2006
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